Cuando terminó la Guerra Civil, el espejo de Lhardy volvió a recoger las imágenes de figuras preclaras de la intelectualidad española, marginadas algunas de ellas por la circunstancia política y atraídas otras por el deseo de compartir su prestigio y el intercambio de ideas. El “consommé” que había congregado en otro tiempo a las damas elegantes, acompañado de una copita de tokay, ilustraba ahora la tertulia del atardecer, de las que constituía esencial presencia el eminente psiquiatra y escritor José Miguel Sacristán, impecable en su atuendo, perspicaz en la mirada e irónico en la palabra, esgrimiendo diálogos acuciantes a la altura del ingenio de su gran amigo Julio Camba. El pintor Ignacio Zuloaga, el escultor Juan Cristóbal, el diestro Domingo Ortega, el escritor Antonio Díaz-Cañabete, el arquitecto Chueca-Goitia, los condes de Villagonzalo, el matrimonio García San Miguel, el actor Enrique Chicote y otros contertulios integraban aquellas reuniones vespertinas a las que servían de aguijón las estupendas medias combinaciones, cuyo secreto sabor nadie pudo imitar fuera de Lhardy. Casi todos ellos se han esfumado por los últimos planos del espejo de Lhardy hacia la eternidad, como tantos otros de anteriores generaciones en el largo periplo de dos siglos. También nosotros y nuestros hijos y nuestros nietos… pasaremos a la más abstracta dimensión por esos planos remotos del espejo, pero, como en un sentimental bolero, nuestras bocas llevarán el sabor dulce y amargo de las medias combinaciones y, en el corazón, el recuerdo de la admirable pléyade que hemos conocido en Lhardy.
LHARDY ha sabido conservar celosamente su atmósfera aristocrática e intelectual a lo largo de un siglo y medio. Han contribuido a esa tenaz labor, después de Emilio, Agustín Lhardy y de su nieto político Adolfo Temes, los colaboradores que pasaron a ser propietarios de la casa: Ambrosio Aguado Omaña, jefe de repostería, el jefe de cocina Antonio Feito, así como sus descendientes y herederos. La dedicación y cortesía de Gabriel Novo, José María García Salomón y Ambrosio Aguado, así como del jefe de cocina, también copropietario, Frutos Feito Peláez, han definido décadas muy difíciles, en las que supieron comportarse muchas veces con la más generosa liberalidad hacia algunos de sus clientes, personalidades muy destacadas de la cultura y la ciencia, que afrontaban circunstancias adversas en los avatares de la posguerra. Esa generosidad, de la que hemos sido testigos, debe añadirse a la tradición de Lhardy con permanente memoria. Desde finales del siglo XX se despliega un nuevo entusiasmo en Lhardy protagonizado por el ímpetu de Milagros Novo y Javier Pagola Aguado, que están imponiendo la actualización de la infraestructura, el cuidado perfecto de detalle y la elevación de la gastronomía a las cotas más elevadas que tuvo esta casa en su larga historia. .
El europeísmo que caracterizó a la cocina de Lhardy cuando las distancias y las fronteras eran menos accesibles, se hace ahora presente en su mesa, con la dignidad de los grandes vinos franceses de “château” junto a las eminentes reservas de la Rioja o del Duero. Retornar el prestigio del mejor “foie-gras” de Alsacia y la disciplina de la cocina de caza en creaciones insuperables como el gamo a la ustriaca o el faisán a las uvas. Las recetas históricas de Lhardy, como la poularda rellena o la ternera Príncipe Orloff, se han recobrado con todo su refinamiento, mientras que en los pescados destaca la nueva creación de la merluza rellena de mariscos con salsa cumberland, la langosta a la rusa y la sinfonía espléndida de lubinas con langostinos y lenguados al champagne, según la tradición de la casa. Levantemos las copas a la altura del corazón y después brindemos por el porvenir del Lhardy, desde alegre pasado de amor y lujo.