Anecdotario de Lhardy

Una breve selección del anecdotario de Lhardy, escenario histórico y literario de Madrid, de los últimos siglos.

Lhardy es el primer restaurante español creado tal y como hoy se concibe la restauración pública: el precio fijo, las minutas por escrito o las mesas separadas han sido normas incorporadas por el propio Emilio Lhardy al comercio hostelero de la primera mitad del siglo XIX. Y sólo cabría recordar, en beneficio de esta tesis, que el fenómeno social del restaurante nace en Francia (cincuenta años antes de la fundación de Lhardy), cuando como consecuencia de la Revolución, cae la nobleza en desgracia y tanto cocineros como sirvientes tienen que buscar una aplicación burguesa a su destreza.

Hacia 1847, la propia Reina Isabel II se escapó de Palacio y fue a cenar con sus damas de servicio a Lhardy. También Alfonso XII acudió varias veces de incógnito, coincidiendo en sus salones con amigos y personajes de la vida madrileña. El espaldarazo regio a la Casa fue fundamental. La frase “he visto al Rey, entraba en Lhardy” era comentario frecuente. Como famoso fuera el saludo que le dirigiera Frascuelo, el torero calé, al ver al Rey entrar en Lhardy: “¡Olé por el Rey gitano!”

En 1885 se incorpora el teléfono en Lhardy, cuando en Madrid sólo había 49 abonados, con lo que muchos de ellos se iniciaron en el hábito de la reserva de mesas y el encargo a domicilio. El propio instrumento de progreso dió asimismo lugar a las primeras bromas telefónicas: “Sabemos que tiene patas de cerdo, callos y cabeza de jabalí, pero seguramente no tiene Vd. riñones…”. Pasados los primeros mosqueos Agustín Lhardy reacciona con su proverbial humor: “… y no olvide que también tengo huesos de santo”.

El primer Parador Nacional Español, el de Gredos, fue inaugurado por Lhardy y contó con cocineros y camareros de la Casa durante un par de años, iniciándose así el prestigio hotelero de la Red de Paradores Nacionales.

En 1885 se introduce la tradición del consomé autoservido del samovar de plata, que tanto éxito tuvo entre las damas de la época. Es oportuno señalar que Lhardy fue el primer establecimiento hostelero madrileño al que se permitió que acudieran señoras solas. Todo un signo en la historia de la liberación femenina española.

Al filo del siglo, en 1916, la exótica bailarina Mata-Hari es detenida por espía, en el Hotel Palace, poco después de almorzar en Lhardy.

Otro acontecimiento que atañe a Lhardy es el estreno de la zarzuela-bufa “Tortilla al ron”. Se nombra el establecimiento en el estribillo de un cantábile de la obra que debía ser repetido por el público, y por tanto adquirió gran popularidad entre los madrileños de la época.

Anticipándose a la moderna crítica gastronómica, el maestro de periodistas Mariano de Cavia, mantuvo en “El Liberal” una sección diaria titulada “Plato del día”, nutrida a menudo con referencias a Lhardy. Sostenía estrecha amistad con Agustín Lhardy, con el que aparece disfrazado de cocinero en esta famosa fotografía.

A mediados del siglo XIX no se hablaba en Madrid más que de Lhardy como lugar inevitable de las comidas de lujo, y Pascual Madoz lo incluye en su Diccionario Geográfico.

El notable decorador Rafael Guerrero establece la nueva fisonomía de Lhardy.

Alfonso XII acudió varias veces de incógnito, coincidiendo en los salones de Lhardy con amigos y personajes de la vida madrileña.

El gusto del Segundo Imperio, dotado de esa elegancia de alta burguesía que vuelve ahora a cautivarnos, se perfiló en el diseño de la fachada de Lhardy, construida con magnífica madera de caoba de Cuba, como símbolo de las que fueron las provincias españolas de ultramar. La decoración interior de la tienda, con sus dos mostradores enfrentados y el espejo al fondo, sobre la opulenta consola que sostiene la “bouilloire” y la fina botillería, permanece intacta, como fue proyectada y llevada a cabo por Rafael Guerrero. Los comedores concebidos como Salón Isabelino, Salón Blanco y Salón Japonés, conservan los revestimientos de papel pintado de la época: las chimeneas, las guarniciones y ornatos son citados en las obras de Galdós, Mariano de Cavia, Azorín o Ramón Gómez de la Serna.

Con motivo del estreno de la ópera “Tosca” en el Teatro Real en 1900, Lhardy prestó sus candelabros de plata labrada para la representación de las funciones y sirvió el buffet del estreno.

Entre los comedores de Lhardy, el que guarda más secretos de la historia de España es el salón Japonés, donde se desarrollaron toda suerte de conspiraciones y conciliábulos. Fue el rincón preferido del general Primo de Rivera para reuniones reservadas de ministros y personalidades de la dictadura y, por contraste, aquí se decidió el nombramiento de don Niceto Alcalá Zamora como presidente de la República.

Pero el ambiente de este exótico salón conserva otros recuerdos más frívolos, como el de la seductora cupletista Consuelo Bello “La Fornarina”, que llegó a representar la atracción culminante en el Madrid del primer cuarto de siglo XX, en cuyo firmamento brillaban estrellas tan deslumbrantes del género ínfimo como La Goya y La Chelito.

La Fornarina, que había triunfado en un teatrito que también se llamaba El Salón Japonés, gustaba reunirse en este comedor de Lhardy con algunas amistades para celebrar sus éxitos.

Uno de los acontecimientos más curiosos de esta época fue el banquete homenaje al madrileñista Ramón Gómez de la Serna, con doble versión, una en Lhardy y otra en “El Oro del Rhin”. Según las afinidades y rivalidades de los organizadores, los invitados se repartieron entre los dos locales el mismo día. Los cronistas, parangonando el lenguaje editorial, hablaron de edición de lujo (Lhardy) y edición económica (El Oro).

También se rindió un homenaje al comediante italiano Ermete Novelli, quien actuó en nuestro país en el Teatro de la Comedia triunfando con “Los domadores”, obra de Sellés.

En el año 1943, el empresario teatral Conrado Bianco organiza en el salón Isabelino de Lhardy, la llamada “cena de final de siglo”, un remedo de la celebrada en 1899, a la que debe asistirse ataviado con vestimenta del siglo XIX y en la que se conviene el no hablar, bajo multa de veinte duros, de ningún asunto del siglo actual.

La Sociedad Filarmónica Madrileña nace en 1901 a raíz de una misiva escrita por Agustín Lhardy, el ingeniero Félix Arteta y el farmcéutico Félix Borrell. Durante una tertulia celebrada en Lhardy, y en la que manifestaban a las personalidades de la época su intención de fundar dicha sociedad.

En 1903 se celebró en el Teatro Real de Madrid el Primer Congreso Internacional de Medicina como homenaje al histólogo y Premio Nobel Santiago Ramón y Cajal. Durante el mismo, Lhardy sirvió dos comidas.

Manuel Rodríguez “Manolete”, uno de los mitos taurinos más recordados, fue obsequiado con una cena de gala en 1944.

De una sobremesa celebrada en Lhardy surgió la feliz idea de fundar los estudios cinematográficos CEA (Cinematografía Española y Americana). Alguno de los asistentes que decidieron unirse a los profesionales del cine sonoro fueron: Jacinto Benavente, Carlos Arniches, los hermanos Álvarez Quintero, Manuel Linares, Pedro Muñoz Seca, Ignacio Luca de Tena, etc.

Baroja y Azorín fueron espléndidamente homenajeados por los libreros españoles en un mismo ágape.

A partir de los años 50 proliferan las tertulias en torno a personajes de la vida española entre los que cabe destacar a Enrique Chicote (alrededor del arte escénico), José María Sacristán (humanística), Domingo Ortega (taurinas), Antonio Rodríguez-Moñino (literarias), Jiménez Quesada (médicas), Pedro Sainz Rodríguez, Julio Camba, José María Alfaro o el Marqués de Desio (eminentemente gastronómicas).

En su historia más reciente, cabe destacar las tertulias de los años sesenta que concentraban a eminencias científicas del rango de los doctores Marañón, Pozuelo, López-Ibor, Rof Carballo y Jiménez Quesada, entre otros. Ya en los años setenta, el Conde de los Andes, el Marqués de Desio, Víctor de la Serna, Rafael Ansón y un grupo de entusiastas de los placeres del gusto, eligen Lhardy para instituir la Cofradía de la Buena Mesa.

El 16 de enero de 1986 estaba todo previsto para celebrar un homenaje a Enrique Tierno Galván, personaje singular de la cultura española y alcalde histórico del Madrid de la transición política. Ese mismo día fallecía don Tierno y el homenaje hubo de cancelarse.

Cumplido el siglo y medio de la historia de Lhardy, la Reina Sofía fue objeto en sus salones, de un homenaje convocado por Agustín Rodríguez Sahagún, Alcalde de Madrid, que contó con la asistencia de don José Prat, socialista histórico y presidente del Ateneo de Madrid, Gustavo Villapalos, rector de la Universidad Complutense y numerosos académicos más.

El 30 de junio de 1992 Lhardy se suma a los acontecimientos de la Capitalidad Cultural de Madrid celebrando un ágape al que acudieron más de cuatrocientas personalidades del arte, las letras y el periodismo madrileño. Entre otras personalidades cabe destacar la asistencia al restaurante “con más cultura entre sus muros” (como señaló la prensa) a Antonio Buero Vallejo, Francisco Umbral, F. Vizcaíno Casas, J. L. López Aranguren, José M. Alfaro, José Prat, Alberto Schommer, Juan Gyenes, y un larguísimo etcétera.

Durante tres años se revivieron en Lhardy las tradicionales tertulias de la Feria de San Isidro, trasunto de las que condujeron Antonio Díaz-Cañabate y Domingo Ortega en los años cincuenta.

En marzo de 2001 se celebra la elección de los “10 toreros del siglo XX”, siendo los finalistas: José Gómez Ortega, “Gallito”, Juan Belmonte, Domingo Ortega, Manuel Rodríguez, “Manolete”, Antonio Ordóñez, Pepe Luis Vázquez, Santiago Martín “El Viti”, Antonio Bienvenida, Curro Romero y Paco Camino.
El jurado estuvo compuesto por José L. Suárez-Guanes, Carlos Abella, Ambrosio Aguado, Juan L. Cano, Andrés Fagalde, José L. González, Carlos Ilián, Manuel Molés, Juan Posada, Julio Stuyck, Joaquín Vidal, Javier Villán, Vicente Zabala, Carmen de Esteban.

En la tradición romántica de los nuevos salones.

Lhardy, escenario histórico y literario de Madrid, de los dos últimos siglos, al comenzar el 3º de su existencia ha experimentado una discreta ampliación, con tres salones que aumentan su capacidad y belleza, dentro del romántico estilo de la casa. Conservar la atmósfera de evocación que milagrosamente pervive en Lhardy, intacta después de tantos años ha sido una labor de acusada sensibilidad. Se trata de unos espacios conseguidos por antiguas superficies auxiliares del mismo edificio y otras desarrolladas en un piso contiguo.
Quiero significar que nada se ha alternado en el intangible ámbito del Lhardy de siempre. Una decoración respetuosa ha establecido ambientes difíciles de distinguir de los otros comedores clásico de Lhardy, con tratamiento de frisos en “boiserie” y ornamentación de techos con escayolas “fin de siècle”.

Todos los cuadros que se presentan en estos nuevos salones, exceptuando dos del maestro Palermo, son originales de Agustín Lhardy, el excelente impresionista propietario de esta casa, discípulo de Haes y tan notable pintor de paisaje como sus amigos Beruete y Regoyos.
Con muy buen criterio se ha designado a estos comedores con nombres que recuerdan la afición musical de Emilio y Agustín Lhardy, consagrándolos a Sarasate, Gayarre y Tamberlick, habituales contertulios del románico restaurante. Este matiz musical, ajeno a otras sugerencias parciales de protagonistas de la historia, hace muy tiguas colecciones de Lhardy.